domingo, 20 de noviembre de 2011

Fantasmas

Observo la lluvia caer. Miles de gotas salpican el suelo. Los pequeños riachuelos corren por las aceras y carreteras hasta llega a las alcantarillas y donde se pierden con las hojas ya secas del otoño en una profunda oscuridad. Apoyo mi mano sobre el cristal, lo noto frío. Mi cabeza arde como el interior de una maquina llena de engranajes que funcionan a pleno rendimiento, llevando al extremo su potencial, elevando tanto la temperatura que las piezas que lo componen empiezan a derretirse y a caer de sus ejes creando una explosión que inunda mi mente. Intento que el frío del cristal mengue el dolor sin llegar a lograrlo.

Cierro los ojos y escucho la lluvia. Como una cortina invisible que se mueve con el viento mis recuerdos aparecen y se desvanecen una y otra vez, a son del sonido del reloj de pared que me observa como un búho de grandes ojos en la oscuridad de mi habitación. Fantasmas que me gritan con voz callada. Fantasmas de mirada perdida. Lo que hice y lo que pude hacer. Lo malo y lo peor. No soporto más y abro los ojos. Miro como la gente corre, se tapa y se cubre para no sentirse tan inundados como yo; los coches, sucios por el barro y el agua de las calles, alumbran la oscurecida calle. Se empieza a echar la noche.

No consigo aclarar mis ideas. Por un lado, aquellos fantasmas que con tanta fuerza se me aferran a cada uno de mis pensamientos transformándolos en pesadillas, por otro, aquellas acciones que me han llevado a esto, una simple decisión, sin pensar tal vez, pensada demasiado probablemente. La ira, el amor, el odio, la pasión… todo se mezcla dando una reacción toxica que inunda mis venas, matando los restos de corazón que aun sobrevivían.

Siento la espalda dolorida de cada uno de los latigazos que el destino me concede como don, como gracia y como venganza. Me guiña un ojo, me sonríe y me vuelve a fustigar, saltando de mi cuerpo la piel y la sangre que intentan huir de tal atroz acción. Lagrimas negras caen del enrojecido lagrimal pero, de pronto, se detienen. Ya no me quedan mas lagrimas que derramar por el dolor. Continúa y mis gritos callan. Tampoco contengo más. La presión del cuero quemado aumenta, pero también dejo de sangrar, pero en este caso, aun siento el correr de la sangre por mis venas. Cansado del dolor, del sometimiento, soy capaz de romper las cadenas que me atan este camino y me levanto, el sudor aun gotea de mi frente como la lluvia del exterior. Miro fijamente a mi destino, y con la mas pasividad de mis palabras, le niego la existencia, le niego el derecho a la vida, se la arrebato y camino sobre su cuerpo muerto. Las voces desaparecen. Los fantasmas, los latigazos se desvanecen poco a poco… hasta poder sentir de nuevo el aire a lluvia. Abro los ojos y vuelvo a ser yo. Vuelvo a ser libre. Vuelvo a ser un hombre sin destino escrito.



No hay comentarios: