lunes, 26 de noviembre de 2012

Canción de Fuego y Hielo


Parecía un día más, un día en los que no ocurre nada. En los que te vistes sin prestar atención, como un descanso en una interminable búsqueda de ese algo, ese alguien que jamás sabremos si en realidad lo habremos encontrado en verdad. Pero allí apareció. Entre la multitud de la gente, allí estaba ella.   

Recuerdo que aquel concierto fue en una noche fresca de otoño, una brisa ondeaba las hojas que poco a poco se iban dejando llevar por el viento, comenzando su viaje desde los árboles hasta un suelo martilleado por el paso del tiempo. Aquella brisa acariciaba los largos cabellos castaños que chocaban, que acariciaban melodiosamente con sus hombros y su pecho. Me coloque junto a ella, en primera fila, sin saber muy bien qué hacer. Observando como aquellos instrumentos ejercían la magia que hacia impulsar nuestros cuerpo el uno junto al otro. Nuestras manos se rozaron. Aquellas manos tan pequeñas estaban heladas, tan frías como un montón de hielo en medio del océano, preparado y dispuesto para chocar contra un gran navío. Nos miramos. Quizá fue el frío de sus manos el que choco contra el calor de las mías los que provoco aquella reacción física que produjo nuestro primer cruce de miradas.  

Las miles de luces que nos iluminaban de tantos colores como cartas tiene una baraja no impidió que observara su pequeña gama cromática de sus ojos. Poseía los mismos colores que su pelo, marrones tas oscuros como el chocolate, a la vez que dulces, colores caoba tan suaves como el terciopelo… todo milimetramente repartido para crear una composición hipnotizarte a par que bella. Al igual que no podrían contarse las estrellas del universo, sus cientos de colores se repartían por sus redondo y brillante iris.  Junto a una mirada cariñosa, una mirada en la que dejábamos ver como éramos tal cual, sin preguntas ni respuestas, añadió una sonrisa. Fue en ese momento cuando la música dejo de sonar, por lo menos para mí. No pude evitar corresponder su sonrisa pero rápidamente me volví para continuar actuando ver un concierto de instrumentos que se movían en silencio, artistas que creaban un arte que no podía percibir… en ese momento no. Intentaba mantener la vista fija en aquel sordo espectáculo pero no podía. Mis ojos, al igual que una brújula, volvían a mirar de reojo a aquella desconocida que acaba de tocar.

Note algo en mi mano. El mismo frio que anteriormente sentí al rozar su delicada mano subía lentamente por mis dedos hasta extenderse por el dorso de mi mano. Sería el recuerdo abrumador en mi mente, tal vez otro impulso para girarme y sentirla de nuevo durante más tiempo, el suficiente como para fusionarnos, ardiendo ella y helándome yo. Pero no era así, en realidad, fue su mano la que se coloco sobre a la mía, su frío volvía a producir aquella inolvidable sensación. Le cogí la mano, decidido, volviéndola a mirar a los ojos. Pero necesitaba más, necesitaba estar completo. Ella pensaba igual. Ambas manos se entrelazaron derecha con izquierda e izquierda con derecha. Juntos. Mirándonos. Sin música en medio de aquel ruidoso concierto. Sin luces en medio de tantos focos luminosos. Solos en medio de tanta gente.

“Volé alto… y tan alto que al final lo encontré” así decía la canción que en aquel momento sonaba tan lejana para ambos. Tal vez aquella búsqueda había terminado el día en que decidí darme un respiro… quizás haya que vivir dándose siempre un respiro, dejando aparecer lo que más buscamos sin correr tras ello que deseamos. Volamos alto. Aquella noche volé, pero no volé solo. 

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