Abrí los ojos. El despertador no
paraba de sonar introduciendo su martilleante timbre en mis oídos. Me incorpore
como pude, no me sentí los brazos y mi mente aun estaba en mis sueños. No sabía
muy bien que había ocurrido aquella noche, si había sido una pesadilla o un
sueño. Intente cerrar los ojos para poder visualizar cada una de las imágenes vividas
aquella noche.
Una chica. Había una chica frente
a mí. Tenía el pelo castaño, del mismo color del que brotan las avellanas. La larga
melena acariciaba sus hombros al compás de la suave brisa otoñal. Los suaves
rizos, tan sutiles como unas nubes en pleno verano que acarician el sol sin que
este quede oculto, se movían bailando en su rostro. Su rostro… podría describirlo
milímetro a milímetro y a la vez podría pasar delante de ella y no poder
reconocerla. Es la magia de los sueños me dije, iluso de mi. sus ojos asomaban
azules entre aquella cortina castaña, como quien encuentra un tesoro en medio
de un denso bosque, un tesoro tan precioso que las palabras huyen de tu boca y
tu mente queda tan extasiada que permanece en vilo, sin reaccionar, como si
esperara a que alguien hablara, como si una marioneta colgada de hilos esperara
a su amo. Congelado, me hallaba congelado por la profundidad de sus
impresionantes y cautivadores ojos. ¿Quién se ha perdido en un oscuro y retorcido
laberinto maniatado? A si me sentía cuando nuestras miradas se cruzaban. Casi podía
sentir como acariciaba mi alma, como llenaba mi corazón de sangre caliente y
esta la bombeaba una y otra vez. El reflejo de la luz en sus ojos iluminaba
toda estancia en la que nos situábamos. No había oscuridad a su lado, con ella,
ni siquiera existía.
Al girar su rostro, la luz la
ilumino aquella tez que parecía esculpido en suave y reluciente mármol, sin
imperfecciones, donde únicamente aquellos artistas griegos y romanos que existieron
tiempo atrás podrían haber conseguido definir aquella visión. Su suave nariz, dulce y sutil hacían juego con
aquellos labios amelocotonados. Pero no era únicamente hermoso lo que podía percibir
en la oscuridad, sino en el silencio también. Una voz aterciopelada salía de
sus suaves labios, riome de aquellas dulces melodías, puesto que aquella voz tenía
tanta fuerza y suavidad que podría haber detenido una guerra con el más mísero
sonido. Una voz que permanecía en mi interior como si residiese dentro de mí.
Su sonrisa, sus risas, aquellos
movimientos tan suaves… su piel… lo último que recuerdo fue que recorríamos la
ciudad en un tranvía, rodeados de gente donde su voz era lo único que yo podía escuchar.
Ella reía mientras hablábamos. Miraba por la ventanilla y yo observaba su reflejo.
Ella, devolviéndome su reflejo con una sonrisa se volvió y me miro a los ojos. Paro
de reír pero en su rostro se dibujo una sutil sonrisa de nuevo. Poco a poco
nuestros labios se empezaron a moverse entre hacia si para abrazarse, para
chocar, para fundirse en uno solo arrastrando nuestros pesados cuerpos que
ahora flotaban como dos plumas que con total tranquilidad sin el peso del
mundo, sin ninguna preocupación más que flotar juntas. Cerramos los ojos pero
no encontramos oscuridad, yo la encontré a ella y ella me encontró a mí… Entonces
todo se desvaneció y desperté. Un sueño que choca contra la realidad haciéndose
añicos, astillándose y clavándose en mi interior. Aquella chica… aquel ángel…
la conocía pero tenía miedo. Aun tengo miedo. Miedo de que no hubiera sido un
sueño sino un recuerdo, o peor aún, una visión futura. Ahora solo sé que tengo
que encontrarla en mi mente y en la realidad, tanto en el pasado como en el
futuro.
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