Corría. Tenía que dejarlo atrás. Una
oscuridad más tenebrosa que la mismísima noche inundaba mi cuerpo y no podía impedirlo.
Me perseguía como una pantera de ojos penetrantes acecha a su presa y se lanza
a la carrera sin que haya la más mísera posibilidad de escapar. Poco a poco, conforme
corría, mis ojos se tornaban negros. Podía verlos en cada uno de los charcos
que pisaba mientras la lluvia caía sin cesar sobre toda la ciudad. Había desaparecido
la sensación del frío y la humedad. Perdía el control de mi mismo, de mi cuerpo.
Mi pelo sabía que estaba mojado, al igual que mis manos y mis ropas pero me sentía
seco, no sentía nada y eso me atormentaba todavía aun más.
La gente a mí alrededor estaba
empapada, se protegía de la incesante lluvia que con grandes oleadas de viento
azotaba a cada una de las personas que osaba pisar la oscurecida calle. Ríos de
agua y barro se perdían en las alcantarillas arrastrando toda la suciedad de la
calle excepto a mí, a un ser que pronto seria la maldad en carne viva, una
bestia sin corazón que pronto dominaría mi cuerpo y yo quedaría atrapado en su
interior como un mero espectador de un circo en el que las atracciones solo
eran malevolencia.
No podía dejarla atrás, aquella maldición
me perseguía desde hacia tiempo en mis sueños y ahora, hoy, se extendía desde
la fantasía de unos incómodos sueños a la cruda realidad. Como un negro tsunami
arrasaba con todo lo que poseía en mi interior. Mi corazón se detenía cada vez más
rápido de lo que podía volverlo a poner a palpitar, mi respiración se extinguía
como un fuego en plena lluvia torrencial, mi alma, al igual que el sol, se
ocultaba tras un manto negro de espesas nubes que arrasaban un cielo que en
antaño era sinónimo de paz y libertad.
Caí al suelo chocando mis
rodillas contra el duro suelo. Mis piernas no me respondían. Me ardían los
ojos, mis manos sostenían tal fuerza en sí que sangraban por un intento de
autocontrol. Grite pero nadie me escucho, pedía ayuda en medio de un desierto
de personas ciegas, sordas y mudas incapaces, no de comprender, sino de
observar el espectáculo que hoy se daba ante su inexperta observación del mundo.
Deje de ser lo que era, lo sabía.
Ya no existía, por lo menos, ya no existía como antes lo hacía. Era oscuridad. Era
maldad. Era un demonio de conciencia extinguida. De pronto todo acabo. El dolor,
la sangre, la visión borrosa… sabía lo que era, en lo que me había convertido,
pero casi podía sentir mi antiguo yo. Necesitaba sentirlo, saber que aun podría
ser mí mejor yo conviviendo con la peor de las caras de la maldad. ¿Podrían
convivir oscuridad y luz en el mismo recipiente? Esperaba que si, deseaba que
si… serie un demonio, una sombra… pero lucharía, no dejaría que aquella
oscuridad nacida de mis propios errores confinara toda mi eternidad, porque
siempre creí que para que surja la oscuridad ha de haber luz al igual que para
que renazca la resplandeciente luminosidad ha de haber grandes y lóbregas tinieblas.
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