sábado, 24 de noviembre de 2012

Maldito


Corría. Tenía que dejarlo atrás. Una oscuridad más tenebrosa que la mismísima noche inundaba mi cuerpo y no podía impedirlo. Me perseguía como una pantera de ojos penetrantes acecha a su presa y se lanza a la carrera sin que haya la más mísera posibilidad de escapar. Poco a poco, conforme corría, mis ojos se tornaban negros. Podía verlos en cada uno de los charcos que pisaba mientras la lluvia caía sin cesar sobre toda la ciudad. Había desaparecido la sensación del frío y la humedad. Perdía el control de mi mismo, de mi cuerpo. Mi pelo sabía que estaba mojado, al igual que mis manos y mis ropas pero me sentía seco, no sentía nada y eso me atormentaba todavía aun más.

La gente a mí alrededor estaba empapada, se protegía de la incesante lluvia que con grandes oleadas de viento azotaba a cada una de las personas que osaba pisar la oscurecida calle. Ríos de agua y barro se perdían en las alcantarillas arrastrando toda la suciedad de la calle excepto a mí, a un ser que pronto seria la maldad en carne viva, una bestia sin corazón que pronto dominaría mi cuerpo y yo quedaría atrapado en su interior como un mero espectador de un circo en el que las atracciones solo eran malevolencia.

No podía dejarla atrás, aquella maldición me perseguía desde hacia tiempo en mis sueños y ahora, hoy, se extendía desde la fantasía de unos incómodos sueños a la cruda realidad. Como un negro tsunami arrasaba con todo lo que poseía en mi interior. Mi corazón se detenía cada vez más rápido de lo que podía volverlo a poner a palpitar, mi respiración se extinguía como un fuego en plena lluvia torrencial, mi alma, al igual que el sol, se ocultaba tras un manto negro de espesas nubes que arrasaban un cielo que en antaño era sinónimo de paz y libertad.

Caí al suelo chocando mis rodillas contra el duro suelo. Mis piernas no me respondían. Me ardían los ojos, mis manos sostenían tal fuerza en sí que sangraban por un intento de autocontrol. Grite pero nadie me escucho, pedía ayuda en medio de un desierto de personas ciegas, sordas y mudas incapaces, no de comprender, sino de observar el espectáculo que hoy se daba ante su inexperta observación del mundo.

Deje de ser lo que era, lo sabía. Ya no existía, por lo menos, ya no existía como antes lo hacía. Era oscuridad. Era maldad. Era un demonio de conciencia extinguida. De pronto todo acabo. El dolor, la sangre, la visión borrosa… sabía lo que era, en lo que me había convertido, pero casi podía sentir mi antiguo yo. Necesitaba sentirlo, saber que aun podría ser mí mejor yo conviviendo con la peor de las caras de la maldad. ¿Podrían convivir oscuridad y luz en el mismo recipiente? Esperaba que si, deseaba que si… serie un demonio, una sombra… pero lucharía, no dejaría que aquella oscuridad nacida de mis propios errores confinara toda mi eternidad, porque siempre creí que para que surja la oscuridad ha de haber luz al igual que para que renazca la resplandeciente luminosidad ha de haber grandes y lóbregas tinieblas.   

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