¿Es
verdad aquello que dicen que la persona indicada aparece cuando menos la
buscas? ¿Y qué hay del dicho de quien la sigue la consigue? ¿En qué debemos
basarnos para encontrar nuestra media naranja?
Cuando
el amor crece en ti, el mundo se detiene, tus pies se convierten en parte de la
tierra por la cual caminas y todo parece dejar de importar. Salga el sol de
noche y la luna de día, nada cambia para ti, puesto que ya conoces la razón de
vivir, el porqué de respirar, el final de tu camino. Aunque el resto del mundo continúa.
Pero si no eres correspondido todo aquel amor, toda esa fuerza que emanaba de
tu corazón sale volando y la perdemos, sintiendo aquella punzada que muchos
recordamos o sentimos aun a día de hoy, esa espacio vacío por el que el viento
corre y nos hiela por dentro, un corazón vacio, un globo sin aire… y cielo sin
firmamento. ¿Luchar o cerrar los ojos y esperar?
Cierro
los ojos y espero, y aun espero… y moriré esperando. Alzo la vista en busca de
algo, no sé realmente de qué, pero de algo que por fin me haga sentir vivo, de
algo que me haga respirar o, mejor aún, dejarme con la respiración entrecortada.
Una mirada en el autobús, un roce de manos en el tranvía, una sonrisa en
aquellas calles jóvenes recién amanecidas… pequeñas cosas que nos alejan de
nuestra oscuridad, que nos oscurecen los ojos de aquel negro tempestuoso donde
solo radica el mal y la comparecencia de sí mismo.
Caminamos
por una vida en la que cada vez dejamos de observar las pequeñas cosas que nos
rodean, como un olor, un reflejo en un cristal o esas maravillosas bandadas de
cientos de pájaros que surcan el cielo navegando por las nubes sin tocarse, sin
rozarse, sabiendo cual es su camino dentro de aquellas majestuosas olas aladas.
¿Cómo sentirse parte de un todo si cada vez la soledad es más profunda en mi
alma? Esta soledad tira de mí con toda su fuerza ensombreciendo todo aquello
que me rodea… pero lucho por no caer, por no volverme a ser abrazado por
aquellos largos brazos zigzagueantes que me envuelven en todo aquello que no
puedo ver.
Paro.
Respiro. Abro los ojos. Me fijo de nuevo en todo aquello que de pequeño
observaba. La ráfaga de viento que hondea las disueltas hojas otoñales. Una
melena de pelo rojizo medio envuelto en una larga bufanda de alegres colores. Unas
manos tan pequeñas pero que su calor envuelve toda la estancia en la que nos
encontramos. Una mirada que me hace olvidarlo todo. Una sonrisa que me devuelve
la fuerza por caminar, luchar y devolverle la sonrisa.
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